(3) La guerra de las galaxias

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En 1977 el director de cine George Lucas estrenó la primera película de una serie, a la que llamó Stars Wars, estrenada en español como La guerra de las galaxias, con Harrison Ford y Alec Guiness como principales protagonistas masculinos. Todos la aceptamos como una película de aventuras estelares, pero de ciencia ficción. Sin embargo, nada más real, ya que no solamente existen las galaxias en el cosmos, sino que pueden ser violentas, en guerra continua, practicando incluso el canibalismo. Eso es lo que nos dicen los astrofísicos. Algo difícil de creer para los profanos. Lo que más me asombra de este universo inconmensurable es que yo lo viera tan bello como pacífico y estable. Al parecer, no es así.

Los gigantescos telescopios, instalados en tierra o en el espacio sideral, son los responsables de los grandes descubrimientos de la astrofísica, sobre todo el origen, comportamiento y finalidad de las galaxias, madres de las estrellas. El telescopio Hubble, de la NASA, por ejemplo, ha captado la imagen de la considerada como la galaxia más distante de nuestro planeta Tierra, situada a trece mil millones de años-luz, lo que sugiere que ya estamos muy cerca de “ver” las primeras galaxias formadas después del B.B.. Gracias a estos potentes aparatos, la NASA pudo, en enero de 2003, anunciar que una sonda situada a 1,6 millones de kilómetros de nuestro planeta, había podido precisar, gracias a la luz emitida en los primeros instantes del B.B. que el universo nació hace 13.700 millones de años y que las estrellas comenzaron a brillar unos 200 millones de años después (tiempo que ha tardado esa luz en llegar a nosotros).

Los astrónomos, además, han podido conocer que en el firmamento las galaxias no se distribuyen con uniformidad, sino que hay espacios llenos y otros vacíos, porque las galaxias no están situadas al azar, sino que se encuentran alineadas en cúmulos, dependiendo de la influencia de la “materia oscura o invisible” que constituye la mayor parte de toda la materia cósmica, algo tremendamente asombroso: ¿cómo se puede saber que algo existe si es invisible?. Los físicos lo saben bien: nuestras ideas no se alimentan solamente de lo que entra por los sentidos, sino que el cerebro funciona con las deducciones que proporcionan ese maravilloso instrumento que son las matemáticas. Por sus deducciones podemos intuir lo que nos niegan los sentidos. Pero el de la vista es insustituible para la astrofísica, al contar ya con los grandes telescopios, terrestres o espaciales. España puede colocarse a la vanguardia de la astronomía cuando en el Instituto de Astrofísica de Canarias comience a funcionar el que será el mayor telescopio del mundo, construido en el popularmente conocido como Roque de los Muchachos, en la isla española de La Palma, a más de 2.400 metros de altitud. Su objetivo primario es la búsqueda de planetas similares a la Tierra, con un juego de espejos hexagonales de vitrocerámica.

El mismo Hubble ha realizado la más perfecta “foto” de una galaxia, naturalmente mucho más cercana, situada sólo a 25 millones de años-luz de nosotros. Se lo ha tomado con calma, porque ha estado durante diez años fotografiando diversos aspectos de la galaxia llamada Del Molinete, un gigantesco disco espiral, de 170.000 años-luz de diámetro. En él se pueden contar hasta un billón de estrellas, rodeadas de cúmulos de polvo y gas. La imagen tomada se compone de 51 exposiciones, con una fidelidad de 16.000 por 12.000 píxeles. Otro telescopio espacial de la NASA, el llamado Spitzer, consiguió encontrar hace una decena de años miles de galaxias “enanas”, que los astrónomos creen ser las primeras en aparecer en la estructura cósmica. Los también espaciales telescopios de la Agencia Espacial Europea (ESA) Planck y Herschel, lanzados conjuntamente en mayo de 2009, comprobaron que las galaxias son auténticas fábricas de estrellas, nacidas a una velocidad asombrosa.

También tenemos que agradecer al Hubble la confirmación de la “guerra de las galaxias”, con un hallazgo espectacular: la colisión de dos galaxias a gran velocidad, para formar un galaxia gigante, situada a 250 millones de años-luz de la Tierra, en la Gran Nube de Magallanes. Ambas tienen menos de tres millones de años, pero juntas emiten 300 trillones de toneladas por segundo de partículas, lo que representa una cantidad de materia cien veces superior a la que arroja nuestra estrella en forma de viento solar. Por su parte, el Spitzer fue testigo de una colisión entre cuatro galaxias, dando lugar a otra nueva diez veces mayor que la Vía Láctea. Rafael Bachiller, director del Observatorio Astrofísico Nacional, afirmó en una entrevista que: “El canibalismo entre dos galaxias es corriente. Se atraen entre ellas como la Tierra y la Luna. Pero la fusión de cuatro es algo nuevo”.

El astrofísico Javier Armentia completa la idea en este párrafo: “Es la muestra de un universo violento, en el que los soles (es decir, las estrellas) nacen y mueren, y a veces estallan de repente; donde las galaxias se comen unas a otras. Muy lejos, en cualquier caso, de esa visión idílica de paz y sosiego que tenemos cuando miramos al firmamento”. También se ha comprobado que el centro supermasivo de una galaxia (agujero negro) puede lanzar un inmenso chorro de partículas y de radiaciones de altísima energía (rayos X y rayos gamma) contra una galaxia vecina. Es la guerra, sin posible misericordia. La NASA ya ha bautizado al agresor como “La estrella de la muerte”, que disparaba rayos láser en la película de Lucas. En el caso de la Vía Láctea, también calificada de caníbal, es muy probable que, pasados unos cientos de miles de millones de años, las vecinas Nubes de Magallanes perezcan devoradas por el insaciable apetito de nuestra propia galaxia.

A mediados del siglo XX los aparatos de observación del universo ya alcanzaron el aumento necesario para contar las galaxias con más perfección, llegando a contabilizar muchísimas de “formas irregulares”, cuando se suponía que todas seguían las mismas características regulares, obedientes a las leyes físicas. Pero los científicos quedaron sorprendidos de estas formaciones irregulares y caóticas, hasta el punto que un astrofísico del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachussets, Alar Toomre, las calificó de “una mugrienta y desconcertante multitud”. ¿Por qué causa habían adoptado aquellas formas tan irregulares? El mismo científico dedujo que existían las leyes físicas, ya que “si fuesen libres en el espacio tendrían menos ocasiones de colisionar” unas con otras. El hecho de estar instaladas por grupos favorece la colisión, la guerra y el canibalismo galáctico. Dadas las enormes dimensiones del espacio, siempre en expansión, parecería imposible que colisionaran. Sin embargo, ya hemos leído que lo hacen, con gran algarabía y con violencia.

Es muy probable, como sugieren las últimas investigaciones, que algunas galaxias supergigantes, de un brillo y un tamaño fuera de lo normal, sean “supercaníbales”, que a lo largo de su existencia hayan engullido a bastantes galaxias más pequeñas. “Cada vez que una incauta vecina comete la ingenuidad de pasar junto a una de ellas, queda irremisiblemente atrapada en sus redes gravitatorias hasta su previsible final” es el comentario de un profesor de astronomía de la universidad norteamericana de Princeton. Desde luego, más ingenuo será quien crea que esa colisión (mejor sería decir “atracón”) es un banquete reposado pero de corta duración. Para el profesor Miguel Ángel Sánchez Quintanilla, de la universidad de Sevilla, “una colisión galáctica puede prolongarse durante cientos de millones de años” (El final del universo, RBA, 2016). Puede hablarse, por tanto, de “terrorismo galáctico” y de “botín de sistemas planetarios”, incluida la Vía Láctea, de la que mi Avatar me pide que trate en un próximo capítulo.

Con ayuda de los modernos telescopios se han podido observar las galaxias más lejanas de la Tierra, que están a unos 28.000 millones de años-luz, sólo en el universo observable que, por supuesto, es una mínima parte del cosmos “total”. Después de escribir esta palabra comprendo que es improcedente, porque supone que, por grande que sea, el universo tiene límites, algo que ningún científico se atrevería a firmar. Límite significa punto final, el fin de la expansión que, aunque se ralentice por la fuerza de la gravedad existente entre las galaxias, está ligado forzosamente con el final del universo, si es que tiene algún final. En este caso, la expansión sería eterna, pero no la vida de las galaxias y las estrellas, que están llamadas a morir. De la vida orgánica, como la nuestra, más vale no hablar, porque bien sabemos que no tiene más vida que un suspiro o un parpadeo de ojos, pero, por lo visto, hemos heredado la violencia galáctica. Sin embargo, como dice al final de su libro el profesor Sánchez Quintanilla, “Para cuando llegue el ocaso cósmico y se apaguen las últimas estrellas, no habrá ningún organismo vivo que pueda lamentar su pérdida”. Ante este trágico panorama, ¿quién será ese pretencioso ser humano que se crea más que el vecino, siempre en guerra, moral o material, como las violentas galaxias?

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