Leo en la prensa de hoy, 3 de noviembre de 2019, un reportaje bastante amplio sobre una especie humana, ya extinguida, conocida como los “Denisovanos”. No es la primera vez que tengo la oportunidad de leer algo sobre estos “parientes” ancestrales, pero sí me encuentro ahora con nuevos datos. Para empezar, se reproduce el dibujo de una niña de unos nueve años, cuyos rasgos faciales han sido dibujados aproximadamente, a partir de su ADN, que comparte con nosotros, según los genetistas españoles que descubrieron sus restos (un dedo meñique y un diente) en una cueva al sur de Siberia, conocida como “Denisova”. Se nos presenta como “el eslabón perdido” entre los conocidos neandertales y el homo sapiens (el hombre actual). Era una hembra de poca edad, hija de una pareja de dos “diferentes especies” (sin especificar), que pudieron aparearse, y tener descendencia. Ocurrió hace 80.000 años, según el cálculo del paleantropólogo John Wawks, que fue quien encontró esos restos en ese “mundo perdido” al norte de China.
Los “denisovanos” eran humanos que convivieron con los neandertales y los primeros “homo sapiens”, completando el panorama genético de nuestros orígenes, pero constituyen todavía un misterio sin descifrar, como los detalles de la evolución humana que nos intriga tanto. Lo que sabemos de ellos ha sido gracias al profesor Tomás Márquez-Bonet, del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona, que ha logrado ponerle cara a estos “enigmáticos” humanos, que se cruzaron en Siberia y Asia oriental con los “homo sapiens” y se extinguieron después, se supone que hace más de 50.000 años.
Esos denisovanos siberianos eran seres humanos muy parecidos a nosotros pero con una cabeza más grande y una estatura de 1,75 m. y un origen diferente (¿) que durante varias generaciones se cruzaron con los humanos europeos que emigraron al continente asiático hace unos 200.000 años. Esto quiere decir que llevamos todos su ADN en nuestro patrimonio genético. El denisovano es el hermano mayor que “nunca pudimos conocer”, el eslabón perdido de la gran familia de los homínidos, que vivían en las tierras montañosas de Asia. Gracias a ellos, según los expertos, podemos soportar las alturas. Sin la transmisión de sus genes no estaríamos capacitados para subir a la cima de ninguna montaña. La genética es una ciencia que tarda en descubrirnos sus secretos, pero al final se rinde a nuestro ruego.