(79) El Egipto de los faraones (2)

faraón nefertiti

“La Reina perdida”

La Arqueología tiene un tesoro inagotable en el país de los faraones. Me refiero los “centros de poder” instalados en ciudades ya desaparecidas, como Menfis, Tebas, Amarna, y otras cien localidades asentadas a lo largo de 850 kilómetros del río Nilo, rodeadas por el desierto,  en  el antiguo Egipto. Los primeros pobladores fueron construyendo las ciudades-estado a sus orillas, en perpetua rivalidad. Hacia el año 3.000 a.C.  se inicia la historia de Egipto, con la unificación del norte y el sur en un solo estado, cuyo primer faraón y unificador fue Menes. Con el paso de los siglos, destacaron tres capitales (Menfis, Tebas y Heliópolis) en el extenso delta del Nilo, cuya aguas, ya muy cansadas, desembocan en el Mediterráneo.

Alejandría, a la que dio nombre su fundador Alejandro Magno en el 330 a.C. se convirtió pronto en la ciudad más importante del país y centro cultural de los más visitados, gracias a su famosa biblioteca, con cerca del millón de volúmenes, vigilada silenciosamente por el famoso Faro de Alejandría, una de las siete maravillas del mundo, construído en el año 283 a.C. reinando el faraón  Ptolomeo Filadelfo.

Se ignora el origen y el significado de la palabra “Egipto”, aunque se sospecha qe puede ser una variación fonética de “Hikuptah”, sobrenombre de  Menfis. Tras años de abandono, al fin los arqueólogos excavaron las tumbas de los Valles de los Reyes y de las Reinas, cercanos a Tebas, y hallaron 62 tumbas reales, entre ellas la sorprendente de Tutankhamon, cuyos sellos reales estaban intactos. Sin duda este descubrimiento ha sido el más espectacular de la época contemporánea.

El templo de Luxor, por otra parte, enorme edificación que incluye varios patios, salas, capillas, esculturas gigantes, incluso un lago artificial sagrado, tardó en construirse más de cien años. Todo es grandioso en el Egipto faraónico, adjetivo asimilado a la desmesura. Mucho de esa grandiosidad ha ido desapareciendo con el tiempo, pero lo conservado nos permite imaginar la magnificencia del antiguo Egipto, que todavía guarda con celo pudoroso bastantes secretos y misterios bajo el velo del dios Amón, su consorte y su hijo.

Uno de esos secretos, al menos para mí, fue desvelado no hace mucho en la prensa bajo un epígrafe inesperado: “El faraón era una mujer”. Una investigación de Howard Carter demostró que el faraón Hatshepsut era, en realidad, una mujer, nieta del faraón Amosis I. Tomó posesión del trono de Egipto durante la minoría de edad de su hijastro, vistiéndose como un hombre, con barba postiza, y ofreciendo a los dioses en Karnak valiosas ofrendas, como hacían los reyes. Se proclamó a sí misma como faraón, a los 22 años, y su reinado fue muy próspero hasta su muerte. Al ser descubierto el engaño, su nombre fue borrado de los anales de Egipto y sus monumentos destruídos. Nada se sabe de la localización de su momia, la primera enterrada en el Valle de los Reyes y trasladada a otro lugar, desconocido hasta hoy.  Es “la Reina perdida” de Egipto.

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