(31) El secreto de la Paloma

Virgen de la Paloma

“A fines del reinado de Carlos III nació (en Madrid) una devoción, después muy popular, pero de escasa fiabilidad, conocida como Virgen de la Paloma, pintura que el vulgo difundió como imagen de la Virgen María en 1787, sin que constase ser realmente una imagen mariana”[1]. Cuando escribí este párrafo tenía presente el primer tomo del mismo libro al tratar de la licenciosa vida y posterior conversión mística de la conocida actriz María Antonia Fernández, “la Caramba”, de Motril, pero  que actuaba en la compañía teatral de los Reales Sitios, “cuyos gestos lascivos en escena al  cantar las tonadillas excitaban al público más que las letras de los versos”[2].

“La Caramba” murió a los 37 años, el 10 de junio de 1787, y fue enterrada en la madrileña iglesia de San José, en la calle Alcalá. El artífice de su sincera conversión, fue el fraile capuchino fray Diego de Cádiz, látigo de comedias y comediantes, pero muy popular entre los devotos madrileños, hasta el punto de que le rasgaban el hábito para guardar algún trozo como reliquia. Ella vivía en la calle del Amor de Dios, y en una tarde lluviosa buscó refugio en el convento de los Capuchinos del Prado, cuando predicaba fray Diego, quedando tan prendada de sus palabras que tomó una decisión drástica: “Nunca volveré al teatro”.

Su arrepentimiento y su decisión eran tan firmes y sinceros que su cuantiosa fortuna, amasada por las donaciones de sus adinerados amantes, la repartió entre los pobres de Madrid, y vivió los tres años que le quedaban de vida como una devota cristiana, castigando su carne y vistiendo hábito de monja. Así se conserva en un grabado del Museo Municipal de Madrid. Hay quien se acuerda de ella al contemplar el cuadro de la llamada Virgen de la Paloma, aparecido casualmente en ese mismo año de 1787.

El profesor norteamericano John Dowling englobó esta anécdota en su estudio sobre “la crisis del teatro en el siglo XVIII”, pero hay bastante más, que se puede sintetizar como “el secreto” de la Virgen de la Paloma. Esta es mi hipótesis, expuesta ya hace algunos años: Todo se resume en una “piadosa” equivocación, ya que la venerada como Virgen María de la Paloma, no es más que el retrato de aquella cómica arrepentida llamada “La Caramba”.

El cuadro en cuestión está atribuido  nada menos que al pintor granadino Alonso Cano, que vivió algunos años en Madrid, pero que falleció en 1677, más de un siglo antes del hallazgo de La Paloma. El retrato fue encontrado entre los escombros de una casa madrileña, por pura casualidad, en febrero de 1787. La historia posterior es simple, y a la vez insólita. Una piadosa mujer que vivia en la calle de La Paloma, restauró la pintura, la enmarcó y la puso en el exterior de su casa, como si fuera un cuadro de la Virgen María, para que sus vecinos la pudiesen venerar.

La iniciativa cobró cuerpo, y los madrileños, que se santiguaban y le pedían algunos favores a su paso, proclamaron curaciones de los suyos como milagros de la imagen, hasta el punto de que un procurador de los Reales Consejos, de nombre Manuel García Navas, consiguió recaudar fondos para construir una primitiva capilla donde se le rindiera culto, en el mismo lugar donde fue encontrada. La capilla se inauguró en 1795 y allí reposó el cuadro hasta su traslado a una nueva iglesia, construÍda en 1912. Quizás para que nadie se olvidara de la vieja capilla el gran Ruperto Chapí estrenó su más castiza zarzuela La verbena de La Paloma.

Sin embargo, la popularidad de la “sagrada” pintura tuvo su apoteosis cuando la reina María Luisa encomendó a  la Virgen de  La Paloma la salud de uno de sus catorce hijos vivos (tuvo 24 embarazos) con tal fortuna que el niño sanó y la reina se volcó en donaciones a la capilla de La Paloma, que incluía la promesa de que la Casa Real se haría cargo de la iluminación del templo (no sé si se llegó a cumplir).

Hoy en día la imagen recibe culto en la parroquia de San Pedro el Real, en la calle de La Paloma. Cada 15 de agosto se celebra su fiesta, quizás la más castiza de Madrid. Hasta el comienzo de la guerra civil española, en 1936, la imagen recorría las calles del barrio en una carroza perteneciente a la Hermandad sacramental de San Isidro. A partir de 1939 se empezó a sacar en procesión en un coche de bomberos, adornado con mantones de Manila. Desde entonces, los bomberos la consideran su Patrona y se encargan de bajar y subir el cuadro para la procesión, escoltándolo durante todo el recorrido. También es Patrona de Madrid, después de la Virgen de la Almudena.

Mi Avatar se fija bien en el cuadro y se extraña de la confusión popular. La imagen representada más parece una beata que una Madre de Dios. ¿Quién es en realidad la imagen del cuadro? Esta pregunta fue respondida en 1943 por el cronista de la Villa Antonio Velasco Zarzo en su libro Culto de ayer y de hoy, al dejar escrito que “es el vivo retrato de una monjita…retrato hecho por su padre antes de encerrarse en el claustro, con el ropaje que había de vestir: Blanca túnica y manto negro, al estilo flamenco, las manos cruzadas sobre el pecho y pendiente de ellas un largo rosario…beatificada más tarde…”. No me parece suficiente explicación. Tampoco es aceptable la tesis de quien supone que es mera copia de una imagen de la Soledad, de la catedral de Granada. Pero ni allí se menciona la Virgen de La Paloma, ni aquí se habla de la imagen granadina. ¿Cuál sería la original?

Mi hipótesis no se limita a confirmar que no puede ser una representación de la Madre de Dios, por mucho que algunos ignorantes la hayan embellecido con una aureola de santidad. La opinión más probable, a mi juicio, es que se trata de la cómica arrepentida, la andaluza “Caramba”. Las fechas coinciden, también la postura, más propia de una mujer arrepentida. ¿Es razonable imaginar a una Virgen María (prescindiendo de la aureola) en esa actitud orante? Nunca he visto una imagen de la Virgen con los dedos cruzados, ni con la cabeza humillada, como pidiendo perdón. Además, la imagen está (o parece estar) embarazada.

El retrato carece de autor, pero habla por sí solo. Lo siento por los bomberos madrileños, pero su Patrona no es la Virgen María con el nombre de La Paloma.  No pretendo provocar ni mucho menos escandalizar, sino acercarme a la verdad, exponiendo mis dudas, que creo razonables. Como la tradición está tan arraigada no creo que este “asombro” la pueda eliminar de un plumazo. La Iglesia católica se sentiría profundamente afectada por su errónea atribución, y los fieles devotos de La Paloma, me tacharían de herético y malpensado. No importa. La verdad es la verdad, la diga quien la diga. Pienso que todo lo escrito aquí se corresponde con la verdad histórica, y como tal lo suscribo.

 

[1] Publiqué esta frase en mi libro Madrid en tiempos del “mejor alcalde” (Ed. Arpegio, 2016, II,  pp. 91-92)

[2] Ibd. p.12.

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