(112) Primer catálogo de una Floristería madrileña

Con toda seguridad, en la Plaza Mayor de Madrid, en las más concurridas plazuelas de la Cebada, de los Caños del Peral, de las Vistillas o de San Felipe el Real, se podían encontrar, desde tiempos de Felipe II, puestos callejeros de flores, una mercancía casi de primera necesidad en días de alegría familiar. Pero no creo que  ninguno de estos comerciantes haya impreso un “Catálogo” de sus plantas y flores en venta, lo que sí ocurrió, supongo que por vez primera, en tiempos de Carlos III, en que un francés, de apellido Guiot, proclamándose “mercader de flores”, dio a la imprenta un Catálogo de flores, folleto de veinte páginas de extrema rareza, que no se conserva en ninguna biblioteca pública. He tenido la suerte de consultar el que creo ejemplar único, de un coleccionista privado, en una sala de subastas de Madrid en el mes de diciembre de 2010.

Comienza el librito anunciando que: “El señor Guiot, mercader de flores, hace saber a los amadores de las flores que lleva toda calidad de plantas, granas y cebollas, que producen flores de las más curiosas, a justo precio”. No dice dónde se vende esta mercancía, pero sí que las tiene “artificiales grandes y pequeñas de seda”. Las flores “naturales” procedían de Malta, Inglaterra y Chipre, “que vende por onzas”, y toda clase de semillas de “flores de otoño”. Como no es frecuente tener entre las manos un catálogo de floristería de tanta antigüedad, tomé nota de algunos nombres de flores que pueden interesar a un botánico lector. Tenía, sin duda, flores raras pero otras no tanto, de nombre común, como jacintos dobles, narcisos muy dobles, junquillos dobles, varas de Jessé dobles, tulipanes (a unos llama del “Toisón de Oro” y a otros “El duque de Malborruch”), rosales odoríferos, “flores de pasión”, “francisillas dobles muy raras”, entre las que se significa “La hermosa Razón” (amarilla, hombreada de rosa y negro).  Lo más llamativo son los alias populares, que se aplican a raras especies de claveles: “El rey de los moros” (de color negro como la pez), “La reina de los moros” (negra, bordada de amarillo), “El emperador de Marruecos” (amarillo, hombreado de rosa y verde), “El rey de Persia” (azul celeste). Quede aquí constancia de que en el Madrid de Carlos III existía, como era esperable, un gran comercio de plantas y flores, incluso artificiales, importadas de lejanas tierras, según dice el catálogo impreso, primero que se conserva, aunque no sepamos su actual paradero.

Francisco Aguilar Piñal